nos pasos en el rellano. Una tos mal contenida. Alguien acaba de salir del ascensor. No hay mas pasos, ni ningún otro sonido.

Alicia se asoma a la mirilla de su puerta blindada. Un hombre alto y corpulento da una última calada a un cigarrillo, y después lo deja caer al suelo. Lo apaga con el pie, y lentamente, muy lentamente, levanta la cabeza y mira directamente hacia ella. Por un momento, se distingue el brillo helado de unos ojos de un azul mortecino, casi gris, que como siempre, dicen muchas cosas.

Debe de ser él, piensa Alicia.

Se retira de la mirilla con un escalofrío y espera junto a la puerta. Pero no ocurre nada, nadie llama. Y esto la inquieta. Puede que lo haya pensado mejor. Puede que entre de nuevo en el ascensor y se marche por donde vino. Puede que... la odie demasiado.

Un suave toque de nudillos, acompasado y grave. Alicia parpadea un instante y después abre. En el dintel una figura masculina se gira hasta que ambos quedan frente a frente.

- Hola Jonás.

- Buenas noches, Alicia. - Una pausa, gélida.

Alicia mira al hombre que un día conoció. Los cambios son brutales. El tiempo ha matado cuanto Jonás había tenido siempre de familiar para ella. De su antiguo aspecto de gigante nórdico solo quedan sus ojos, y sus pobladas cejas, ahora surcadas por canas prematuras. Su gabardina beige, algo raída y manchada de barro, no puede ocultar que el hombre al que abriga no se cuida debidamente. Y tampoco se afeitaba. Una barba pinchuda de tres días cubre su cara, dándole un aspecto de desarrapado poco tranquilizador.

- ¿Puedo pasar? - Pregunta él, alzando la ceja de esa forma tan característica. Él también me está evaluando, piensa Alicia.

- Por supuesto, pasa por favor. - Y se aparta, sólo para evitar esa mirada especulativa y dolorosa como una taladradora.

Un solo paso, y se detiene. Se mete las manos en los bolsillos y mira a su alrededor. Pasa otro momento en silencio, mientras Alicia duda el pedirle que se retire para poder cerrar la puerta. Y de repente, Jonás sonríe, torciendo sus labios. Una sonrisa cargada de cinismo. Por fin se retira y comienza a quitarse cuidadosamente la gabardina, mirando que en ningún momento roce el suelo.

- Bonito lugar. Me alegro de que te vaya tan bien. - Alicia cierra la puerta y le sonríe. - Estás tan preciosa como siempre.

Eso la sorprende. Jonás se quita un par de guantes (también algo viejos, también algo raídos) de cuero negro, y los guarda cuidadosamente en un bolsillo de la gabardina. Y cuando levanta la mirada, vuelve a sonreír.


- Gracias. - Le besa la mejilla. - ¡Ay! Deberías afeitarte.


- No he tenido tiempo ¿Me invitas a una copa?

- Por supuesto, acompáñame al salón.

La gabardina queda colgada en un perchero del recibidor y ambos avanzan por un pasillo a oscuras. Jonás la sigue en silencio, sin un ruido, y Alicia siente un escalofrío al notar esas dos brasas invernales clavarse en su nuca.

- Has tardado mucho. Empezaba a pensar que no vendrías.

- Yo también.

Alicia enciende la luz del salón, y camina directamente hacia el mueble bar. Por un momento siente remordimientos. El hombre que está a su espalda no debería estar aquí. Pero es el último recurso que le queda.

- ¿Vodka solo?

- Vodka solo - la responde una voz distraída.- Batido pero no agitado.

- Muy gracioso.

Alicia abre la botella, y mientras sirve la copa, piensa cómo plantear el problema. Debe tener cuidado. Y debe ser hábil. Sí, muy hábil. A Jonás nunca le habían fascinado (como en realidad ocurría con el resto de los hombres) sus caídas de ojos, ni sus brazos en jarras, ni ninguna otra artimaña femenina destinada a la persuasión. Le encantaban, le divertían, pero no surtían el menor efecto. Era como si fuese un padre cariñoso que siguiese la corriente a una hija presumida. Muchas mujeres le odiaban por su actitud.

Cuando se gira con una copa en cada mano, él continua erguido, y contempla con gesto crítico la colección de máscaras que adorna la pared. Parece relajado y distraído, y su semblante se hace menos grave. Una sonrisa insolente se insinúa en los labios agrietados de Jonás, y su rostro cambia hasta parecerse mucho más, hasta ser la viva imagen del hombre que Alicia recordaba.

Jonás quería ser abogado, pero nunca lo consiguió, era demasiado idealista, y también mal estudiante. Repetía por segunda vez primero de carrera cuando conoció a Alicia. Se enamoró de ella perdidamente. Resultaba difícil creer que ese hombretón de pelo pajizo y complexión maciza hubiera sido capaz de componer poemas y mandarla flores sin parar. Tenía su encanto. Pero estaba prácticamente sin un céntimo. Era un fracasado. Así es que Alicia coqueteó con el un par de años y después le dejó. Jonás se limitó a mirarla con esos ojos tan suyos. "Me he vuelto a equivocar" dijo, y dio media vuelta y se marchó. Ni reproches, ni escenas dramáticas. Ni siquiera adiós. Se limitó a mirarla desde el dintel, antes de desaparecer por las escaleras como una exhalación. Aquellos ojos...

Después de esto, Jonás dejó definitivamente Derecho, y montó con un amigo, ex policía municipal, una agencia de detectives. Durante mucho tiempo no supo nada de él, pero muchas veces sentía aquella sensación escalofriante que provocaba la mirada inquisitiva de aquellos dos ojos de hiriente aluminio. Ciertamente, debe de ser un excelente detective, pensó Alicia. Cuando era todavía estudiante, ni siquiera el decano era capaz de mirarlo directamente. Jonás era un hombre que, a pesar de su complexión y estatura más que respetables, solamente era recordado por sus dos globos oculares, a los cuales hacerles frente era similar a encontrarse con dos lanzas de zafiro bien tallado.

Alicia sin embargo era todo lo contrario, una beldad impulsiva y ambiciosa, hija de familia adinerada y licenciada en Derecho y Económicas. Su carrera como ejecutiva era fulgurante, y se deslizaba entre brillantes proyectos comerciales, rematados con zarpa de acero y suaves sábanas de seda en discretas camas de hotel. Sin escrúpulos y sin muchos problemas, Alicia se había convertido en ayudante ejecutiva de Enrique Corcorán, director de la división de desarrollo tecnológico de Sadowtech España. Un puesto jugoso...

Sin embargo nunca se tiene suficiente dinero, ni suficiente poder. Si te metes en el mundo corporativo del siglo XXI tienes que aceptar ciertas premisas. Y una de ellas es que nunca estas lo suficientemente arriba. Otra es que todo vale para escalar peldaños en el escalafón. Transfuguismo. Traición. Desacreditación. Espionaje industrial. Chantaje. Robo. Asesinato.

Alicia había alquilado un grupo de mercenarios para robar el prototipo de un nuevo procesador de datos desarrollado por Mitshuma Electronics. Sin el consentimiento de sus jefes, claro, pero este tipo de actividades eran para ella casi rutina. Todo fue sobre ruedas hasta que...

- ¿Me vas a dar la copa o te lo piensas un poquito más?
Alicia parpadea. Se había quedado abstraída unos instantes, y ahora Jonás había olvidado las máscaras y le tiende la mano, mientas en su jeta desgreñada se dibuja una expresión de cinismo divertido. Alicia entrega el vaso ancho y espera a que su invitado se llevase el vodka a los labios para beber un poquito por cortesía.

- Ah, esto te hace olvidar el frío. Ponme otra, hazme el favor.

Alicia se gira y vuelve a verter el licor en el vaso mientras se devana los sesos buscando la forma de usar a Jonás... o de mendigar su ayuda.

- Vaya, qué maravilla de sofá, podría quedarme sentado años.

- Me alegro de que estés cómodo. Aquí tienes la copa. ¿Quieres que ponga algo de música? ¿Bruce Springsteen? - La sonrisa encantadora de Alicia se congela en sus labios, mientras los ojos de Jonás parecen hundirse en su rostro, dándole un aspecto sombrío y amenazador. El hombretón respira con fuerza, y se coloca un dedo en la sien, mientras sus cejas se contraen en lo que, durante un breve instante, parece un rictus de dolor. Por un momento, sus ojos destilan algo impropio de ellos. Despiden un fulgurante destello de emoción. Dolor. Un dolor intenso que Alicia ha provocado, queriendo o sin querer, ya no importa.

- No - responde al fin - no creo que esto sea una visita social. Tengo asuntos que atender, así es que tendrás que disculparme si te pido que te des prisa y vayas directa al grano.

Alicia se muerde el labio, en un gesto tan infantil como inusual en ella. Denota arrepentimiento. Un arrepentimiento vano que ya no tiene sentido. Pero lo suficientemente fuerte como para intentar una finta vacilante, un envite para saber a qué atenerse.

- Escucha, yo siento mucho... quiero decir que no quería causarte nin...

- Mira Alicia, - Corta Jonás, en seco, mientras se pasa las manos por la cara con fuerza, como para apartar malos pensamientos - estoy muy cansado y me ha caído encima el diluvio universal, así es que dime para qué me necesitas de una vez, o me marcho ya mismo y aquí paz y después gloria.

Alicia frunce el entrecejo, disgustada. Muy bien, él lo quiere así. En el fondo me ahorra problemas. Siempre ha sido un jodido indolente, frío como el hielo. Adopta la pose y tono profesionales que utiliza siempre en las salas de juntas, mientras algo se agita débilmente en su interior, buscando por dónde salir.

- Hace 23 horas un grupo de agentes independientes penetró en las instalaciones de alta seguridad de la corporación japonesa Mitshuma Electronics, apropiándose de piezas de tecnología experimental. Tres horas más tarde intentaron ponerse en contacto con el presidente de Desarrollo Tecnológico de IBM España. Al encontrarse éste de viaje, tuvieron que recurrir al vicepresidente, es decir, yo misma, con la exclusiva intención de proponernos un trato.

Sujetando la copa con la diestra y abrazándose la cintura con su otro brazo, Alicia se gira hacia la ventana, intentando que las luces de la ciudad que brillan a través de la cortina de agua la den serenidad. Serenidad para que el cuidadoso discurso no fuera borrado de su cabeza por la caricia helada de la mirada de Jonás. No obstante, el ingrato cristal refleja las rudas facciones del hombre que la escucha a sus espaldas, junto con el brillo acerado, entre febril y distante, de sus dos ojos.

- Después de discutir con nuestro Comité de Desarrollo la importancia de la tecnología que hipotéticamente podríamos adquirir, decidí poner en marcha las negociaciones necesarias para conseguir el material en cuestión. Se cifró una cantidad en cheques de viaje y bonos al portador de tres millones de francos suizos, acordándose así mismo el lugar y las condiciones exactas de la entrega. Cumplimos puntualmente, pero los susodichos agentes se negaron a entregar la mercancía...

Alicia se interrumpe un instante, al contemplar cómo una sonrisa terriblemente sarcástica comienza a dibujarse en el rostro de Jonás. La vacilación solo dura un parpadeo.

- ...Se negaron a entregar la mercancía alegando que habían decidido elevar el precio. Cuando mis hombres intentaron retirarse de la compra fueron asesinados. Dos horas después fui informada de la crisis por los propios asesinos, que requerían otra cifra igual a la anterior, en un plazo de quince horas, o entregarían el producto a otro comprador y ofrecerían a los medios de comunicación pruebas que responsabilizan a mi propia corporación del robo. Ahora me enfrento a... ¡¿Me quieres decir que es lo que te hace tanta gracia ?!

Jonás la contempla riendo quedamente, con un sonido asmático que sube poco a poco, mientras su sonrisa cínica se tuerce hacia un lado, haciendo destacar múltiples arrugas en su rostro atezado y sin afeitar. Tranquilamente saca un paquete maltratado de Ducados y enciende un cigarro, de aspecto miserable y arrugado, con un delicado encendedor de metacrilato, todo ello sin dejar de reírse, y de mirarla sin pestañear. Alicia aprieta los puños, desacostumbrada a este tipo tan poco sutil de interrupciones.

Los dedos rojizos y agrietados acarician el pequeño objeto translucido. El pulgar se para en el hocico de un pastor alemán cuidadosamente tallado, y sigue el contorno de la rama que sostiene en sus fauces, hasta llegar a una niña de exquisitas e inocentes facciones cristalinas, que tiende una nívea manita para recoger el palo. El encendedor sustrae por un momento la atención de ambos.

- ¿Y bien? - Le mira desafiante y con furia, mientras él, sin ninguna prisa, guarda el torturado paquete de cigarrillos. Jonás se recuesta cómodamente en el sofá, mientras chupa su cigarro y examina con gesto crítico el encendedor. Suspira sin mirarla, y Alicia, de repente, se siente increíblemente vulnerable. Con una copa que no piensa terminar en la mano, vestida con un ajustado traje rojo de tubo y de pie frente a él, que está relajado, y que la provoca de una forma que no le gusta nada, en absoluto. ¿Cómo se permitía este desgraciado ser arrogante con ella?

- ¿Me responderás? - Sisea, ya a punto de perder los nervios.

- Ay Alicia, hay que ver la cantidad de cosas que has aprendido desde que no nos vemos. Ese gesto autoritario y firme, esa voz monocorde y profesional, ese vocabulario técnico y frío... Estoy totalmente sorprendido. Realmente eres toda una ejecutiva, de primera clase, me atrevería a decir. Con el campo de batalla perfectamente escogido, preparada para la ocasión y con un discurso exquisitamente correcto memorizado. Es enternecedor. Hasta te has acordado de mis gustos musicales...

- ¿Como te atreves a... -Alicia estalla indignada, enfurecida, dispuesta a recordarle a ese rufián que esta manchando su sofá con ceniza donde esta y con quien se las gasta. ¿Realmente se creía este imbécil que tiene derecho a...?

- Calla - la sonrisa cínica de Jonás se esfuma, pero no aparta la mirada del encendedor, y su voz resuena dura y fría mientras sus ojos perforan el metacrilato- aún no he terminado. Luego podrás gritarme todo lo que desees, señora vicepresidenta. La mitad de lo que me has contado es ilegal. Y la otra mitad apesta a mentira. Si fuese verdad, no me contarías nada, porque no me habrías llamado, y tus matones corporativos estarían ahora fusilando a los desgraciados que te han estafado. No tiene sentido contratar a un detective para resolver un chanchullo entre corporaciones provocada por "sustracción de material tecnológico por parte de agentes libres". Agentes libres que tratan sin problemas con la vicepresidenta porque el jefazo no está, lo siento, se marchó a Disneylandia con los críos. ¡Y una mierda!

El tono cada vez es más alto y acalorado, y su mano se crispa con fuerza en torno al encendedor.

- Te has metido en un buen lío. Has organizado tu propia operación de sustracción sin el permiso de tus superiores. Has utilizado los recursos de la empresa de forma no autorizada, han matado a tus hombres de confianza y la gente que contrataste te ha traicionado, dejándote sin opciones porque no puedes utilizar más dinero de la Corporación sin atraer la atención sobre ti. ¿Me equivoco en algo? No, ya veo que no. Y por eso yo estoy aquí, con una copa de vodka y tu enfundada en un vestido de mi color favorito...

Jonás calla, y se gira mirándola con un gesto al tiempo amenazador y fatigado, con sus ojos lanzando destellos de cólera lacerante. Alicia no sabe qué decir, sigue furiosa, pero la mirada de Jonás la tiene pavorosamente paralizada. Un escalofrío recorre su espalda al darse cuenta de que ha subestimado a su interlocutor. La mandíbula del hombretón se tensa mientras lentamente se yergue hacia delante.

- Eres un pequeño monstruo cruel. Hablas de la gente que has usado como si fuesen escoria, y de los que mueren como si fuesen simples conejos. Y me lanzas tu discurso con toda la tranquilidad del mundo, sin plantearte siquiera las monstruosidades que encierran tus palabras, porque en el fondo lo que quieres es usarme como a otra escoria más, y la escoria no tiene moral ni inteligencia. Y me llamas precisamente a mí, después de... de... - Alicia se pone roja y siente como su mandíbula también se tensa mientras Jonás sigue hablando. - En el fondo no es mala idea recurrir a Jonás, ese imbécil de venazos melancólicos, que está sin blanca y al borde del desahucio. Abusemos de su buen corazón... ¡En el fondo no es mas que otro peldaño de escoria!

- ¿Cómo te atreves a decirme eso, hijo de puta egocéntrico? ¿Cómo te atreves a darme lecciones de moral? Eres un pobre imbécil, que saca su sustento viviendo de lo más bajo de la sociedad, y que se cree todavía que tiene coartadas para conservar intacta su autoestima. ¡Un soplón alcohólico con conciencia moral! ¿Y qué si te considero escoria? Tienes razón, estoy desesperada, me he quedado sin opciones y mi última carta, la última que pienso jugar, eres tú, porque eres tan patético que no sirves para otra cosa. Tu y tu ridículo código de conducta me venís a pedir de boca. Te doy la oportunidad de ganar una fortuna. Te he llamado porque eres barato y te conozco.

Alicia deja de hablar, y respira de forma agitada mientras se da la vuelta y se cruza de brazos. Ahora todo esta dicho, y él se marchará. Y mientras nota el vaso de vodka con hielo, enfriando su pecho agitado, escucha un suspiro. Largo y lastimero, como el sordo rugido de una gran ola chocando contra un inmenso acantilado. Y el escalofrío, esa sensación inquietante y familiar, vuelve a recorrer su espalda y anida en su nuca, impulsada por los ojos de ave de presa de Jonás.

- Quizás - rompe una voz suave y sosegada, dolorosamente sosegada - esto hubiera sido distinto si hubieras sido capaz de dispensarme un trato sincero. Pero creo que ya no recuerdas como hacerlo, porque has conseguido separarte del género humano. Ni siquiera te has parado a pensar en el daño que podrías hacerme. Tú y los que son como tú me dais asco, porque sois los que habéis creado este asqueroso sistema del que yo me alimento. Te asomas a la ventana y en vez de personas ves los ingredientes de un festín que te quieres come. En el lugar de tu pecho donde tendrías que tener el corazón no tienes... nada. Me das lástima.

- Lástima, ¿Eh? - responde mecánicamente Alicia, con voz metálica y vacía - Tú si que das lástima a cualquiera que te oiga hablar. ¿Corazón? ¿Personas? ¿De que planeta eres, imbécil? Puedes seguir pensando que eres un jodido cruzado en busca del Grial, pero la Edad Media ya pasó. Ahora ya no hay tiempo para carne, todo gira en torno al metal, metal con el que se hace el dinero, metal con el que se construyen las armas, con el que se levantan rascacielos, con el que se forja el poder ¡Y eso es todo lo que importa! Si quieres sobrevivir, tienes que ser de metal y pensar como el metal, o te derrumbarás y los demás te usarán para afianzar el pie. Yo soy rica y poderosa. Tú eres un fracasado. No eres nada. Eres un mierda. Acabarás pidiendo limosna en el Metro a cambio de estúpidas poesías escritas en papel del water.

- Eso crees, ¿Verdad?
Alicia no responde. El silencio se desliza por el aire de la habitación, mientras el cigarro de Jonás perfuma el ambiente con el olor acre del tabaco negro. El hombretón no hace ni un ruido a su espalda, y su anfitriona cae en la cuenta de que debe estar reflexionando.

- ¿Dónde los mataron?- Alicia se sobresalta, desconcertada.

- ¿A quienes?

- A tus hombres ¿A quién si no? ¿Dónde concertasteis la cita? - Él también sabe emplear un tono profesional, piensa Alicia. Puede que, después de todo, haya pulsado las teclas adecuadas. Sonríe con malicia, mientras sus dedos juguetean con su copa. En el fondo todos los hombres son iguales negociando.

- En el matadero municipal.

- Dijiste que el robo fue hace veintitrés horas. Y después te dieron 15 horas más. ¿Cuánto tiempo queda?

- Apenas cuatro horas. - El sabor del triunfo se mezcla con el del carmín, mientras Alicia se pasa la punta lengua por sus labios. - Cuatro horas y cuarenta y siete minutos, para ser exactos.

- Veintitrés horas... Hoy es domingo, así es que todo debe estar como quedó tras el tiroteo. Los empleados del matadero no trabajan hoy, y el sitio es aislado. Además imagino que nadie oiría ni un ruido, no creo que tus amigos sean de los que matan sin silenciador. Quizás sea un buen sitio por donde empezar...

- ¿Cuánto? - Alicia se gira, con la barbilla alta y sus ojos negros brillando, triunfantes. Jonás está en pie, y apura su copa con parsimonia.

- ¿Que cuánto? - Jonás sonríe, y sus ojos adquieren un brillo salvaje, febril. Se pasa una mano por su pelo pajizo mientras mira con lentitud a su interlocutora. Cuando la sonrisa se torna una máscara de cínico divertimento, Alicia se aterra pensando si no habrá calculado mal... - Lo haré por esto.

Jonás se inclina un instante, y recoge de la mesa el encendedor de metacrilato, con una delicadeza impropia de sus manos de leñador. Alicia intenta contraer su rostro en un gesto de desprecio, pero está demasiado asombrada. Los pasos del hombretón resuenan por el pasillo, mientras se aleja en dirección al perchero, la gabardina, la puerta y la calle.

- Nos veremos niña incrédula. - Susurra una voz profunda y cínica- Nos veremos.

Y Alicia se queda sola, con una copa que no desea en la mano y las luces de la ciudad recortando su figura contra el ventanal.



i siquiera la rata más grande e insolente se queda a hacer frente al chorro de luz de la linterna. Unos pasos desgarran el silencio, arrastrando la grava que cubre el asfalto de la nave. Y un hombre de elevada estatura y facciones nórdicas topa con los cadáveres de nueve hombres.
El silencio regresa y las ratas se remueven. Jonás contempla la escena, con sus dos ojos acuosos mostrando una total inexpresión. Es un buen momento para fumarse un cigarrillo, el decorado lo pide. Y el olor del tabaco negro se mezcla con el de la carne muerta y ese aroma, tan característico, que dejan las armas de fuego en los trajes de los que fallecen de un tiro a quemarropa. Un suspiro y un estremecimiento. Olvídalo, piensa el hombre. Tienes trabajo.

Los ojos del misterioso visitante se entrecierran, y comienzan a vagar por los cadáveres y su lecho de cemento, lanzando destellos metálicos a la luz de la linterna. De pronto se paran. Parpadeo. El hombre avanza con dos pasos rápidos y se agacha. Sus manos enguantadas tantean el suelo, y por fin se elevan, sosteniendo un pequeño cilindro dorado.

Jonás encaja la linterna en su hombro mientras examina con cuidado el casquillo. Munición 5.56 de arma de asalto. A juzgar por los cadáveres, utilizada por un profesional en fuego semiautomático. Totalmente vacío y sin muescas, por lo que el arma debía de ser bastante nueva. Los dedos forrados en cuero maltratado elevan el trocito de metal hasta la nariz. Puagh. El olor aspero, parecido al plástico quemado, es inconfundible. Teflón. Con un crujido, los nudillos hacen girar el pequeño cilindro, hasta hacer visible su parte posterior. N.A.T.O. AMMO 1998.

Perfecto. Munición de fabricación militar, muy reciente, perteneciente a un fusil de asalto probablemente recién comprado. Con un par de modificaciones ilegales. En esta ciudad asquerosa solo hay un traficante que pueda vender algo como esto. Y me debe un pequeño favor.

El cigarro cae sobre la solapa del traje azul marino de uno de los muertos. Los pasos se alejan, y las ratas se apresuran a continuar su festín.


a lluvia golpea las ventanas con fuerza. El sonido del cristal azotado por el agua helada se mezcla con el de una televisión encendida a media voz. Tres hombre juegan a las cartas mientras fuman tranquilamente, al amor de una camaradería que se hace más cálida con el conocimiento de que, en la calle, la tormenta barre la ciudad. Todo parecería una escena normal si no fuese por dos curiosos detalles.

Uno es la mujer rubia que mira la pantalla desde un viejo sofá, sin mucho interés. Podría pasar por una prostituta, si no fuese por la exquisita maestría con la que limpia un AK-47. Si una mujer es capaz de sostener un arma como ésta, con una sola mano, para comprobar si ha montado bien el disparador, es mejor tomársela en serio...

El segundo es que los jugadores de cartas tienen todos a su diestra unos curioso instrumentos de bricolaje criminal. Pistolas semiautomáticas, con silenciadores caseros de estilo checo. También llama la atención, aunque para esto hay que fijarse un poco más, la curiosa cajita negra que ocupa el centro del tapete, y a la que los hombres lanzan miradas inquietas entre mus y mus.
- Esto del mus para tres es una memez. - Gruñe el que parece más veterano.- ¿Por qué no juegas Fátima?

- Todavía no he terminado. - Responde con tono distraido la mujer, al parecer absorta en los cuidados de su juguetito. - Pero me falta poco. Ahora voy.

- Está bien. Mus.

- No quito la mano.

- Yo también soy mus.

- Te vas a tener que hablar.

La reacción es fulminante. Las cartas caen al suelo mientras tres manos buscan sendas culatas. La mujer reniega. Y la voz anónima que viene del servicio a oscuras resuena de nuevo.

- ¡Quietos!- La boquilla de una escopeta surge entre las tinieblas, acompañada de un ruido inconfundible. Chac-chac, cartucho en la recamara. Y el sonido es mano de santo.- No hagáis ninguna majadería. Tú, bonita, suelta ese cacharro y acércate despacio a la mesa. Así, muy bien. Las manos detrás de la nuca. ¡Tú también subnormal! Perfecto. Ahora levantaros poco a poco, muy despacio. Muy bien. Seguid así y salvareis el cu...

En ese instante, un relámpago estalla fuera, y la luz del rayo penetra por la ventana abierta del baño. La luz mortecina ilumina un instante a un solo hombre, robusto, con el pelo pajizo y calado hasta los huesos. La escopeta es vieja y la fachada del intruso es casi la de un mendigo. Sin embargo ningún mercenario dudaría del pulso de un hombre con esa mirada.

Pero en ese momento ocurre otra cosa. La luz parpadea. Jonás se tensa. Todos miran la simple bombilla que pende sobre el tapete. Y en ese instante, la luz se apaga.

- ¡A por él! - Grita un voz anónima. Y todo es confusión. La mesa se vuelca, los hombres maldicen. Jonás no duda, afirma el arma, y dispara uno, dos, tres cartuchos al tun tun. Una voz masculina gime. Algo cae blandamente al suelo. Muerto.

Y en ese momento comienza la granizada. El sonido inconfundible de las pistolas silenciadas recorre el aire, y la escayola comienza a desprenderse a trozos de las paredes. La escopeta brama. El espejo del baño revienta. Jonás corre, y salta por encima del sofá, arrastrando el cable de la televisión. El cable se tensa. El hombretón cae. La televisión cae. Y se estrella contra el suelo con un ruido ensordecedor.

- ¡Mierda!

- ¡Allí está, freírle! - Y la fiesta no decae, mientras las semiautomáticas arrancan trozos de tapicería. Jonás se arrastra más allá del sillón, manoteando sobre los vidrios que siembran el suelo. Un crujido de cristales a la izquierda. Chas-chas, bum, ya no hay pierna, y una lengua brama mientras su dueño se derrumba. Chas-chas, bum, ya no hay lengua.

- ¡Le ha dado a Carpintero! ¡Te veo, hijo de puta!
- El mercenario se pone en pie y dispara, y la bala se clava en el hueso del hombro. Jonás gime mientras ve a través de un velo enrojecido al pistolero recortado por la escasa luz de la ventana. La escopeta se alza. Chas-chas.

- A tomar el aire, gilipollas. - El cañón escupe postas. La ventana escupe al mercenario, que no puede gritar mientras cae, porque ya está muerto. Todo queda en silencio. Jadeos y dientes apretados, mientras el herido vence la conmoción, y se presiona la herida para no sangrar mucho. La puerta de las escaleras esta abierta. La mujer debe haber huido.

Sin fiarse ni del movimiento de las cortinas, Jonás avanza pegado a la pared. Sujetar la escopeta es un tormento. Intenta acuclillarse, pero cae de rodillas junto a la mesa. Tantea con las manos enguantadas, en busca de la cajita que vio desde el quicio de la puerta. Nada. Un fuego arde en el pecho del detective mientras se acuerda de la madre de la rubia y de las piernas que la sostienen. Todo esto para nada.

Se incorpora trabajosamente y camina hacia la ventana destrozada. Demasiado tarde, no se ve un alma por la calle, y no para de llover. Ya no habrá manera de encontrarla. Uno acaba por hacerse a estas cosas, piensa Jonás, mientras tantea los bolsillos de su gabardina. Por fin halla un paquete arrugado y aplastado de Ducados. Vacío.

En ese momento, un leve tintineo llega desde lo que queda del sofá. Raac-chac, cargador dentro. Como una exhalación, Jonas trata de volverse y empuñar su arma. Imbécil. Qué triquiñuela tan tonta. Recortado contra la luz de la ventana. Un blanco perfecto...



Un solo disparo. Un frío intenso le recorre el pecho, un frío que le entra por delante y le sale por la espalda. El paquete de cigarros cae al suelo. Jonás gime. Se derrumba. Una sombra negra comienza a cubrirle la vista, y siente que se muere. La rubia aparece sonriente de entre las sombras. Sostiene su flamante AK apoyado en el hombro, mientras se escucha el sonido burbujeante del moribundo al respirar. De una patada aparta la escopeta, y se inclina hasta que ambos quedan frente a frente. La lluvia resbala lentamente entre la barba rala, dibujando falsas lágrimas.

- Bien, pringao. Esto es lo que buscabas. - La rubia no para de sonreír, mientras sostiene muy cerca de los ojos de Jonás una cajita negra. Unos ojos que se apagan, que se entornan, igual que mengua la vida de su dueño, acompañada de un inmenso dolor. - Has perdido, pringao. Ahora todo el premio es para mí. Tu jefa esta bien jodida. Y tú eres carne muerta, y podría rematarte, pero prefiero ver como te ahogas en tu propia sangre. Quiero ver como te revuelcas en tu propia escoria.

Jonás siente que ya debe quedarle muy poco. Se siente débil. El dolor del hombro le está matando. Pero él sólo puede pensar en que, de nuevo, se ha equivocado, y que ha sido un perdedor hasta el final de la última partida. Alicia tenía razón. Escoria. Perdedor. Fracasado. Metal. Carne muerta. ¡Escoria!
De repente la rubia deja de sonreír. Los ojos del moribundo se abren, y sus facciones se contraen en una mueca de ferocidad horrible. Dos brillantes ascuas azules se encienden en la oscuridad de un rostro hundido en penumbras, como dos inmensas puertas abiertas a una nueva glaciación, con una luz que hiela la sangre. Una mano enguantada se cierra sobre los delicados dedos que sostienen la caja. Y mientras los huesos crujen, una sonrisa se marca en el rostro de Jonás. Los dedos ceden. La rubia tironea desesperada de su arma, pero no hay espacio. Intenta gritar, pero no lo consigue, porque otra garra de acero se posa en su garganta.

La cajita cae al suelo. Un movimiento brusco de un brazo destrozado. La rubia sale despedida por la ventana, y su grito de pavor se apaga en la lluvia. Luego, débilmente, se escucha un frenazo. Después, las primeras sirenas. En la oscuridad, un hombre moribundo se incorpora.

Más tarde los vecinos declararían que un loco ensangrentado se asomó a la ventana, emergiendo como un fantasma entre los cristales rotos y las cortinas desgarradas. Y con un puño cerrado desafió a la tormenta.

licia alisa por tercera vez en un minuto su vestido. Sentada en el sofá contempla desesperada el teléfono. Han pasado ya tres horas, y aún no sabe nada. Algo ruge en su interior, gritando, desesperado, clamando por saber qué debe sentir. Pero lo doblega, como siempre.

Un sonido de sirenas se acerca, ni pasa de largo ni suena a lo lejos. Imaginaciones mías, piensa Alicia, mientras se rebulle en el sofá. Frenazos. Portazos. Esto no son imaginaciones.

La mujer se incorpora como una gaviota aterrorizada. A través del agua que se desliza por el ventanal, contempla a los hombres uniformados descender de los coches, y penetrar a la carrera en el edificio. Uniformes de la policía. "Esos cabrones no han respetado el plazo. Estoy acabada".

Un sonido peculiar rompe la cadena de sus pensamientos. Alguien llama a la puerta de forma acompasada y grave. Es el final. Alicia avanza por el pasillo, con la bestia doblegada. Cuando la arresten debe ser fuerte. Quiere que sea recordado así. Apoya la mano en el pestillo, y respira unos momentos, lentamente.

La puerta se abre.

Alicia no puede contener un grito de terror. Jonás yace en el suelo, en mitad de un enorme charco de sangre. En una mano sostiene el encendedor. En la otra una cajita negra. Sus ojos están cerrados y sus cejas distendidas. No hay pulso. Esta muerto.

Cae de rodillas, y el control se desvanece. La fiera interior salta con un aullido salvaje. Y el llanto inunda la escalera, mientras los policías suben a toda prisa los escalones, y los vecinos se asoman tímidamente. Todos recordaran haberla visto llorar como una niña, abrazada a una figura de metacrilato. Lágrimas calientes de una mujer de hielo.

l inspector Héctor Salgado se mesó el bigote, de mala leche. No le gustaba que le levantasen en plena noche de la cama, ni los cadáveres que aparecen en vecindarios impropios. En realidad le disgustaba cualquier remedo de circunstancia extraña. Y el tipo tendido en la escalera le daba mala espina.

- Inspector, hemos terminado de interrogar a la señorita, y los chicos están acabando con lo de las fotos.

- Bien, ¿Cómo le va al buen doctor? ¿Levantamos ya el cadáver?

- No tengo ni idea. No creo que le falte mucho.

Salgado se mesa de nuevo el bigote, mientras palmea el hombro de su subordinado. Se siente cansado y desea acabar cuanto antes. Algún gilipollas se había chivado de que acostumbraba encenderse una pipa en los escenarios de los crímenes, y ahora que los mandos le han prohibido su único vicio, se siente malhumorado y deprimido.

- ¿Ha dicho algo interesante la muchacha?

- Nada. La pobre está destrozada. Tendremos que hablar de nuevo con ella en frío. Mire, por ahí viene el doctor.- El inspector se gira con cara de fastidio. Si hay algo que no me gusta es que el forense se acerque con cara de circunstancias, piensa Salgado enfurruñado.

- Y bien Ambrosio ¿Qué me puedes decir?

- Muerte por herida de bala, con orificio de entrada y de salida. El pulmón izquierdo, así como el ventrículo izquierdo, destrozados. Parece ser que murió por hemorragia masiva... o ahogado en su propia sangre. - El forense comentaba el hecho como si fuera una cuestión totalmente inverosímil.

- ¿Pero? - Preguntó Salgado, que odiaba cuando el doctorcito sentía ganas de hacerse el interesante.

- Mira Héctor, - el forense respondió con el entrecejo fruncido y aspecto grave - ya sabes que no puedo afirmar nada hasta la autopsia, pero... ¿Me dijiste que los muchachos lo persiguieron desde el lugar de la carnicería?

- Sí.

- ¿Iba solo?

- ¡Sí, coño! ¿Por qué?

- En el corazón Hector. El ventrículo esta en el corazón. ¿Eso no te dice nada?

El inspector se tensa a punto de decirle al puñetero doctor donde pueden irse el y todas sus malditas tonterías. Pero justo cuando comienza a abrir sus labios, se detiene en seco, como golpeado por un martillo.

- Joder...- Maldice Salgado, muy quedo.

- Escucha Hector. Sé que no te va a gustar nada lo que te voy a decir, pero es imposible que este hombre llegase hasta aquí por sus propios medios. Le dieron en el corazón ¿Entiendes? Cualquier otro hubiera caído redondo. Nadie puede conducir diez manzanas sin corazón.