aludos, te digo a ti, que lees estas líneas. Mi nombre es Abraham O'Conely, y esta es mi historia. Este es el relato de mi vida y de mi lucha, y de cómo un hombre honrado murió para volver a la vida como un cazador implacable. Un vengador sanguinario. Yo soy el que llaman el Segador, y ya hace tiempo que olvidé cuantas vidas he segado…

El escribano al que pago (pues no se escribir) me mira sin entender. No guardo la apariencia de un afable cuentacuentos, y las decenas de cicatrices que marcan mi rostro le habrán hecho pensar mas en un testamento o una confesión que en una biografía. No estas tan desencaminado, anciano. No te preocupes, tendrás mas oportunidades de comprender de las que nunca hubieras deseado.

Pero yo te pago por tu tiempo y yo estoy aquí para contar una historia y aún no he comenzado. A si que pongámonos manos a la obra. Comenzaremos con mi primera vida. Porque ya dije que he muerto ¿verdad?

Yo era un honesto granjero. Estaba casado. Tenía un hijo y dos hijas. Poseía cien acres de buena tierra labrados con sangre y sudor, una casa de piedra que levanté con estas mismas manos y una docena de vacas que proporcionaban la mejor leche de la región. Mis vecinos me apreciaban y el alguacil buscaba mi consejo siempre que lo creía necesario. Ya por entonces era un hombre duro, pues la vida a la sombra de las montañas de Geoff endurece hasta al mas tierno.

Si. Yo soy de Geoff. Comienzas a entender ¿No es cierto anciano?

Pero sigamos. Mi granja estaba en las cercanías Belim. Una bonita aldea. Unos cien habitantes. Otras cien almas habitábamos en un radio de tres millas. Una tranquila comunidad de hombres esforzados que trabajaban la tierra y se ayudaban unos a otros, en una región donde las incursiones de las bestias que habitan las montañas no eran raras. Belim no tuvo nunca guarnición, y los propios vecinos se organizaban como milicia cuando era necesario.

En mi juventud fui un muchacho... supongo que alegre. Y valiente. Algunas correrías contra los orcos de las montañas hicieron que ganara cierta fama entre mis vecinos, que me ofrecieron un puesto honorario de alguacil. Durante cierto tiempo conservé con orgullo una espada enviada por el barón Evvard como recompensa por mis esfuerzos. No obstante, nunca nadie se molestó en enseñarme a utilizarla, y siempre preferí para defender mi hacienda las herramientas que me eran familiares... como mi guadaña.

Cuando llego la invasión, fui yo el que organizó la milicia.

Como en los cuentos de taberna, todo empezó una tenebrosa noche. Una terrible tormenta azotaba el tejado de mi hogar cuando llegó el mensajero. Todo el extremo Oeste del país ardía en llamas. Nadie sabia que sucedía, solo que el enemigo había descendido desde las montañas arrasándolo todo a su paso. Imaginé que un poderoso caudillo orco había unificado las tribus montañesas que infectan los Picos Deslumbrantes y las había lanzado al saqueo de Geoff. Inmediatamente reuní a mis convecinos.

Todos estaban muy asustados. Y todos parecían estar de acuerdo en que era yo el que debía hacer algo. Después de todo, el barón me había entregado una espada, y la opinión generalizada era que ya era hora de que la sacara a relucir. Por mi cuenta y yo solito, claro esta. A la gente corriente le encantan los relatos de hazañas sangrientas, pero rara vez les gusta verlas de cerca. Es una lección que me dolió mucho aprender. Era, a fin de cuentas, un tiempo en el que aun me dolían esas cosas.

Sommer, el alcalde, un amigo, se dirigió con energía a la gente de Belim, recordándoles que cada uno de ellos era un ciudadano mas, que todos juntos habían hecho crecer el pueblo como una comunidad prospera y que de todos era el deber, y el derecho, defender nuestro trabajo con uñas y dientes. Las palabras del rechoncho alcalde, que esgrimía una vieja maza claveteada, convencieron a todos. Unos pocos gritos bastaron para poner a los aldeanos en pie de guerra. Al poco todos eran fervientes patriotas que alzaban sus puños y corrían a equiparse a sus casas. Los habitantes de Belim lucharían.

Corrí a mi casa. Mi familia me esperaba despierta. Los fuegos en las montañas se acercaban. La brisa portaba un olor inconfundible a ceniza y el ganado estaba inquieto. Mi hijo mayor me esperaba en el porche con un hacha en la mano. Era un buen muchacho. Entramos en casa y su madre me ajustó el justillo de pesado cuero tachonado, el cinto con la espada y la daga. Yo hubiera preferido una azada o una buena hacha, pero mi mujer me convenció de que no era apropiado. Los abracé a todos y partí. Aquella fue la ultima vez que los vi con vida.

Permíteme que me aclare la garganta. Si, pásame el odre. Así esta bien, gracias.

Bien, me reuní con mis vecinos en la plaza del pueblo. Allí Sommer los arengaba para mantener la moral alta, aunque cuando yo llegué pareció aliviado y me guiño un ojo. Por un momento temí que me hiciera hablar. Nunca fui hombre de muchas palabras. Pero se limito a acercarse a mi y entre los dos convenimos que debíamos hacer. Mire a los habitantes de Belim y por vez primera me di cuenta de que si alguien asumía el mando, tendría que ser yo.

Fue un duro momento.

Por fin me subí sobre el petril de la fuente y desenvaine la espada, la única del pueblo. En poco tiempo la gente se calló. Cuando el silencio reino en la plaza, les mire a todos, y me aseguré de que todos sabían en que se metían. Los ojos de mis convecinos me reflejaron determinación. Me sentí orgulloso. Con pocas palabras les dije que saldríamos en pos del enemigo. Belim no estaba fortificado y ninguno queríamos ver sus calles llenas de escoria de las montañas. Lo mejor sería tomar posiciones al oeste y esperar.

Bajé de un salto y eché a andar. La gente me siguió, en silencio. Las antorchas se apagaron y las armas se tendieron prestas. Cuando alcanzamos el bosque distribuí a los hombres en grupos y coloqué avanzados a los mas rápidos y a los mas sigilosos. Yo mismo me interné en la espesura, dispuesto a averiguar que demonios se nos venia encima desde las montañas.

Eran orcos. Docenas. No costó mucho encontrarlos. Eran tantos que no ocultaban su posición. Conté unos cincuenta o así. Todos bien pertrechados. En sus escudos podía verse grabado un circulo negro con un tosco rallo amarillo encima. Conocía a ese clan. Les habíamos causado problemas otras veces y debían de haber elegido Belim como ruta precisamente por eso. Regresé a toda prisa. Nosotros debíamos de ser unos cien. Y no veíamos en la oscuridad como aquellas apestosas bestias. Iba a ser difícil.
Pero éramos gente dura. No adorné la situación. Reuní a los hombres y les conté cuales eran nuestras posibilidades. Aunque repeliéramos esta partida, sin duda otras vendrían detrás. Aquello tenía toda la pinta de ser mucho mas que una simple incursión. Sin duda el ejército podría detenerlos, pero no a tiempo de evitar el saqueo de Belim. Era responsabilidad nuestra retener a la escoria orca el tiempo suficiente como para que nuestras mujeres e hijos pudieran refugiarse en el castillo del Baron.

Todos sabían que tenia razón. Mandé a un hombre joven a avisar al pueblo y nos preparamos.

Cuando los orcos avanzaron por el linde del bosque, vieron una gran fogata en torno a la cual dormían unos cuantos granjeros borrachos. Uno de ellos (Sommer) tocaba a pleno pulmón una armónica. Confiadas, las bestias los rodearon y se dispusieron a masacrarlos. Cuando el primero dio un paso dentro del circulo de luz, hice sonar el cuerno.

De súbito el silencioso bosque pareció llenarse de voces y de pies que corrían. De todas direcciones los vecinos de Belim cargaron sobre las sorprendidas bestias, mientras que los borrachos granjeros, los mas duros de Belim, apartaron sus mantas y se lanzaron al ataque. Lorn, el herrero, levanto a uno por el aire y lo lanzo a la hoguera. Creo que era el chaman. Sommer comenzó a repartir mazazos y yo a tirar tajos lo mejor que sabia, que era poco. Los íbamos a aplastar. No sabían ni de donde les venían los golpes. Era cosa hecha. Por un momento, a través del fuego y las sombras, entreví la furia y el valor de mis vecinos, y la determinación con la que luchaban. Y me sentí orgulloso.

Entonces sobrevino el desastre.

Con un terrible estruendo algo enorme irrumpió entre los arboles, partiendo troncos y haciendo temblar el suelo con sus pisadas. De pronto, entre las copas de los arboles, entreví la figura de unos hombros enormes. Era un gigante. Un auténtico gigante.

Con un bramido que parecía el grito de mil reses la bestia aplastó al pobre Lorn con una porra que debía ser un árbol entero. Y después comenzó la matanza.

Como un hombre aplastaría a su paso hormigas, el gigante machacaba a conciencia todo hombre que encontraba a su paso. El miedo y el desanimo cundió entre los defensores de Belim. Desesperado, traté de acercarme por su espalda para herirlo o desjarretarlo. Pero la bestia me vio.

Lo único que recuerdo es el brutal impacto y la sensación de ser lanzado por el aire. Luego el terrible choque. Después, nada.

Cuando desperté aun era de noche. El fuego parecía haberse descontrolado y parte del bosque ardía. Intente moverme, pero había caído entre una gran masa de espinos y tenia fracturadas varias costillas. Sentí como si intentaran desgajarme en pedazos.

A la rojiza luz de las llamas vi lo que quedaba de los defensores de Belim. Mis vecinos yacían sobre el frío suelo, en la madrugada, mirando al cielo con ojos muertos. Todos muertos. Los orcos habían hecho bien su trabajo.

Aturdido, intenté pensar. El dolor y la tristeza por la perdida de mis amigos atenazaron mi mente aturdida. Pero entonces recordé.
Mi mujer. Mis hijos.

No se como lo logré, pero salí de los espinos. Mi siesta en ese dulce lecho es la razón por la que mi cara parece un mapa de las Montañas Deslumbrantes. Puedo asegurarte anciano que el resto de mi cuerpo es bastante similar. Sin embargo, en ese momento no sentí dolor. Supongo que sangré mucho, pero no lo recuerdo con claridad.

Todo lo que soy capaz de rememorar es la carrera frenética y desesperada atravesando el fuego y los arboles.

Y después llegué a mi casa

O lo que quedaba

de ella

.....

Mi hijo mayor estaba colgado de un árbol junto a la entrada. Tenia las piernas carbonizadas y tres flechas en el pecho.

Mis hijas estaban junto al pozo. A una la reconocí por el vestido y a la otra por los lunares de sus piernas. Supongo que lo que faltaba de ellas aun reposa en el fondo del pozo.

Mi esposa estaba en nuestro dormitorio.

Fue la que más sufrió.

.....

No sabría decir que sucedió a continuación. Tal fue mi furia, mi rabia, mi desesperación, que me volví loco. Cogí mi guadaña de entre los restos del cobertizo y me encaminé a Belim, cuyos tejados ya comenzaban a arder.

Mi mente esta confusa...

Sin duda llegue a Belim. Recuerdo las canciones de los orcos y como los fui cazando uno a uno entre las ruinas, mientras saqueaban. Recuerdo el chirriar de la guadaña, la sangre negra bañándome como un dulce bálsamo, y el sonido de los huesos partiéndose y astillándose. Los gritos de dolor y mi sed de muerte...

Creo que caí por completo en la locura, pues ya no recuerdo nada mas. Lo que vino después me fue relatado por otros, y estos ni siquiera fueron testigos de ello, sino que tupieron que deducirlo cuando encontraron mi cuerpo destrozado y las ruinas de mi pueblo.

En algún momento rozando el amanecer, salí a la plaza del pueblo y me lancé como un poseso sobre los orcos borrachos que allí quedaban. No preguntes como fue posible, ni que me dio fuerzas. Todo lo que se es que me encontraron entre los restos de los orcos. Todos muertos, salvajemente asesinados. Tupieron que desenterrarme de entre los cadáveres mutilados de mas de una docena (era difícil contarlas con precisión, según me contaron) de esas apestosas bestias.

Cuando los sacerdotes trataron de sanarme, fue necesario atarme con correas y mantenerme así preso, tal era mi estado de total y absoluta demencia.

Durante un mes permanecí recluido en un sanatorio de Bissel mientras las hordas humanoides conquistaban la totalidad de Geof y Sterich. Por fin un poderoso sacerdote se intereso por mí y por mi historia, que se había convertido en un cuento de taberna que los soldados gustaban contar, como si de una historia de misterio y terror se tratara. Desconozco su nombre o su deidad, pues nunca volví a verlo. Pero el me devolvió la cordura. No se mucho sobre magia, pero se que aquel fue un gran esfuerzo, y estoy esperando aun que el clérigo, o su dios, me pidan cuentas.

Volví a la vida.

Pero ya no era el hombre que había sido. Sin esperanza ni gratitud hacia nada ni nadie, arrancadas todas mis ilusiones y esperanzas y masacrados todos mis seres queridos, de Abraham O'Conelly solo quedo su cuerpo. Un cuerpo motivado por una sola cosa. La venganza, la caza e inmisericorde destrucción de aquellos que habían causado mi desgracia, y de cualquier otro que con su cruel depredación marcaba la vida de inocentes como la del buen granjero que una vez fui.

Así nació el Segador.

Me uní a la lucha por la reconquista de Geof. Maté mucho y bien. Me uní a otros como yo. Escuché y fui escuchado. Viajé por medio mundo reclutando a otros que lucharan a mi lado. Me nombraron caballero. ¿No es gracioso?

Yo no abrazo una causa. No soy noble ni desprendido.

Cada vez que mato, solo doy otro paso en mi venganza. Una venganza que ya no tendrá fin, y que me tiene prisionero. A veces me siento muy cansado...

Pero alguien tiene que hacer el trabajo.

Me he convertido en un vagabundo que se mueve en silencio entre un mar de susurros. Mis ropajes y mi arma son cuidadas herramientas para el miedo. Soy una figura oscura que las madres nombran a sus hijos cuando estos no quieren dormir. Ya no soy un hombre... hasta eso he perdido.

.......

Te preguntarás por que te pido que escribas esto. Es normal. Y bien sencillo de explicar. Siento cercana la sombra de la muerte. Anoche esa misma sombra se llevo la vida de un compañero que era como un hermano para mí, de una forma tan cruel que no hay posible recuperación para él. Cuando vi las cenizas sentí miedo por primera vez en años.

Un día moriré y mi tarea morirá conmigo. Las naciones poderosas, los príncipes y los grandes magos no están interesados en Geof, ni en el ejemplo que mi tierra natal supuso para el mundo entero. Todos mis esfuerzos habrán sido vanos. Y mi trabajo en balde...

Pero quiero dejar un recuerdo. Y mi historia

Quiero pensar que otros, quizás más justos y cuerdos que yo, que no tengan mis marcas y no hallan vivido lo mismo, leerán lo que ahora garabateas, y sentirán el impulso de continuar lo que yo dejaré a medias. De acabar la tarea...

Pues la cosecha nunca acaba.